martes, 18 de mayo de 2010

CLIMA, FLORA y FAUNA

La mayor parte de las tierras de Cantabria están bajo la influencia de un clima oceánico o atlántico, cuyas dos principales características son la de disponer de un régimen de temperaturas suaves y templadas, con una limitada oscilación térmica, y la abundancia de lluvias repartidas a lo largo de todo el año, con máximos en invierno.

De este modo, en Santander la temperatura media del mes más frío (febrero) está en torno a los 9 grados centígrados; la temperatura media del mes más cálido (agosto) se suele aproximar a los 20 grados centígrados y las precipitaciones totales anuales superan los 1.100 mm.

Partiendo de estos datos, que con ligeras variaciones podrían aplicarse a toda la franja litoral, cabe señalar que, a medida que se avanza hacia el interior, las temperaturas resultan más contrastadas, con inviernos algo más fríos y veranos ligeramente más calurosos. Al alejarse de la costa también aumenta la pluviosidad, salvo en la zona de Liébana, en torno a Potes, donde se produce un microclima de montaña con tan sólo 700 mm de precipitaciones anuales.

A todo esto debe añadirse que en las zonas más altas los inviernos son largos y las nevadas frecuentes, con lo que es posible hablar de áreas cuyos rasgos climáticos se aproximan mucho a los denominados climas de montaña.

El clima húmedo y templado de las tierras de Cantabria favorece la existencia de una abundante vegetación arbórea y de praderías naturales que son, sin duda, las formas más características de la flora de la región. Las especies de árboles más frecuentes son las propias del bosque atlántico caducifolio: robles, hayas, castaños, tilos, olmos, fresnos, avellanos o arces. Este tipo de vegetación se degrada a medida que aumenta la altitud, transformándose en matorral o en monte bajo.

Las praderías naturales tienen una distribución irregular pues, aunque es cierto que predominan en el área costera, también se encuentran a lo largo de todos los valles, e incluso en las zonas altas de la cordillera, en los llamados pastos de altura o pastos de puerto. A estas formas de vegetación autóctona deben añadirse dos especies de repoblación, el eucalipto y el pino, que, sin negar su valor económico, han desplazado en muchas zonas a la vegetación propia de la región, deteriorando el equilibrio ecológico y, desde luego, eliminando biotopos propios de muchas especies animales e incluso de vegetación de sotobosque.

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